UN POETA. RESEÑA
Por: Andrés Tous
UN POETA, la nueva película escrita y dirigida por Simón Mesa Soto, que llega a las salas de cine el próximo 28 de agosto tras un exitoso paso por Cannes es una obra que se mueve con naturalidad entre lo íntimo y lo social, lo poético y lo real. Con una mirada sensible, sin estridencias, Mesa construye un retrato profundamente humano de un hombre marcado por la frustración y la búsqueda tardía de redención.
La historia gira en torno a Óscar, un poeta envejecido que no conoció la gloria, ni el reconocimiento, ni mucho menos la estabilidad. Su vida ha sido consumida por una obsesión por la poesía que, lejos de redimirlo, parece haberlo arrastrado a una existencia sombría, errática y solitaria. Óscar habita el cliché del poeta en penumbra, pero lo hace sin grandilocuencia. Mesa logra, desde el guión y la dirección, que este personaje golpeado por la vida nunca pierda su humanidad. Su torpeza, su desconexión con el mundo, sus impulsos emocionales y su nostalgia lo convierten en alguien cercano, incluso entrañable. Es, en el fondo, como cualquiera de nosotros: lleno de falencias, de sueños truncos, de intentos a medias.
Todo cambia cuando conoce a Yurlady, una adolescente humilde en la que percibe un talento innato para la poesía. Óscar decide guiarla, tal vez con la esperanza de que ella alcance lo que él nunca pudo, o tal vez para dejar un legado, por mínimo que sea. Pero en esa decisión también subyace una pregunta inquietante: ¿es justo arrastrar a alguien tan joven al mismo camino que lo devastó? La relación entre ambos se construye con delicadeza, sin caer en clichés ni paternalismos. Yurlady no es una musa ni una víctima, sino una joven que empieza a mirar el mundo con ojos propios, consciente de su contexto y de lo que puede —o no— esperar de él.
Uno de los grandes logros de la película es que no romantiza la figura del artista sufriente, sino que la confronta. La poesía, aquí, no es salvación mágica, pero tampoco es ruina definitiva: es más bien un terreno ambiguo, que puede ser refugio o condena, según cómo y desde dónde se la habite. En ese sentido, Un Poeta es también una reflexión sobre la resiliencia. Óscar, al compartir su pasión con Yurlady, se enfrenta a sí mismo y, de algún modo, comienza un lento y torpe proceso de transformación. Hay en su camino una búsqueda de redención y también una reivindicación: la figura del padre, ausente o fallido, toma forma en este vínculo pedagógico que es, también, emocional. Enseñando, Óscar madura; cuidando, se reconstruye. Ese camino lo transita con su propia hija.
La película transcurre en un registro realista, con una cámara que observa. Las actuaciones se sienten auténticas, la naturalidad de los diálogos, los silencios, los espacios compartidos entre los personajes, construyen un mundo que respira verdad. A ello se suma un sutil pero efectivo uso del humor, que aligera sin traicionar la carga emocional.
Simón Mesa logra que lo errático se vuelva cautivador. La película avanza a su propio ritmo, sin urgencias, y sin embargo mantiene la atención gracias a la riqueza de su mundo interior. Óscar, como figura central, funciona no solo como personaje, sino como símbolo de tantos que, en medio del anonimato, han sostenido sus ideales a pesar del fracaso. En él se cruzan la nostalgia, la frustración, la ternura y una poética vital que se niega a morir del todo.
Un Poeta es, en definitiva, una película que toca fibras hondas. Emociona sin manipular. Hace reír en momentos inesperados. Y sobre todo, invita a pensar sobre el valor —y el precio— de sostener una vocación artística en un mundo que rara vez la recompensa. Es cine honesto, contenido, bello en su sobriedad.
Recomendada. No es solo una historia sobre un Poeta, sino una película que, en sí misma, respira como un poema.
SIEMPRE CINE.
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